«[...]conocimos a chicas a las que nunca se les había ocurrido
quitarse la vida. Les servimos bebidas, bailamos con ellas hasta que ya no se
tuvieron en pie y después las sacamos a la terraza cubierta. Perdieron los
zapatos de tacón alto por el camino, nos besaron en la húmeda oscuridad y
después se escabulleron y huyeron corriendo a vomitar recatadamente entre los
arbustos. Mientras lo hacían, algunos de nosotros les sosteníamos la cabeza,
luego dejábamos que se enjuagasen la boca con cerveza y seguidamente las
volvíamos a besar. Las chicas estaban monstruosas con sus vestidos de
ceremonia, confeccionados sobre jaulas de alambre. En lo alto de la cabeza
tenían sujetas libras de cabello. Borrachas, besándonos o medio derribadas en
las sillas, su destino era la universidad, el marido, el cuidado de los hijos,
la infelicidad atisbada confusamente. En otras palabras: su destino era la
vida».
Jeffrey Eugenides, Las vírgenes suicidas (traducción de Roser Berdagué para Anagrama)
Es cierto, uno se queda en suspenso.
ResponderEliminarBesos.
Me leí Las vírgenes suicidas este verano, y fue una de las lecturas con las que más he disfrutado en estos últimos meses... el capítulo en el que Lux folla con sus amantes en el tejado me pareció increíble! :)
ResponderEliminarEstán muy acertadas algunas comparaciones. Por ejemplo, me parece brillante cuando a Cecilia la suben a la camilla y se compara con un cuadro de la Virgen María:
ResponderEliminar"Bajo los árboles ondulantes y sobre la hierba restallante y agostada las cuatro figuras posaron como en un cuadro: dos esclavos ofrecían la víctima al altar (levantaban la camilla para meterla en la ambulancia), la sacerdotisa blandía la antorcha (agitaba la bata de franela) y la virgen, narcotizada, se incorporaba apoyándose en los codos con una sonrisa ultraterrena en los descoloridos labios".