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lunes, 25 de agosto de 2014

De vuelta de Baeza

Acabo de llegar del lugar que Machado miró con los ojos de quien lo ha perdido todo. El poeta llegó a Baeza en 1912 tras la muerte de Leonor. La pequeña ciudad fue  una de esas casualidades inmensas que a veces la vida pone delante: no era allí donde quería ir, sino a Madrid, pero la plaza vacante estaba en Jaén. En la Antigua Universidad, Machado impartió sus clases, como él mismo afirmó, en una situación en que apenas el treinta por ciento de la población sabía leer. 

A Baeza la presiden ahora casas en venta, edificios del Renacimiento que conservan la dignidad ante fotografías, olivares que se alzan al viento escaso del mes de agosto recitales de poesía,   noches de tapas y copas... En ellas sigue residiendo la melancolía. No sólo la melancolía del poeta, sino la melancolía en la alegría.

La belleza es así, con sus claroscuros. Baeza es una ciudad para la poesía, como lo son todas las ciudades en las que alguien se ha parado a escribir el desencanto que a veces trae estar vivos. 


Estas son algunas de las fotos que yo he sacado de ella.












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