(O, más bien, a pesar de lo pedante que pueda sonar: Diario de una evocadora de versos)
La capacidad evocadora de la poesía es semejante a la de la música. La canción
llega e incluye el instante de la escucha. Así lo hace el poema, tanto cuando es escrito, como cuando es leído. Pere Gimferrer dice, siguiendo a Octavio Paz,
que «el hecho poético es la inmovilización de un instante en la percepción». A
veces, pienso que su poesía son varios instantes cruzados.
Cuando escribía mi pequeña Libélula había dos versos de su poema «Canción
para Billie Holiday» que no paraban de sonar en mi cabeza. Estuve a punto de incluirlos
en las citas del libro, pero no lo hice porque, aunque bien me había influido
la imagen y el recurso, lo que yo expresaba era distinto. Los versos en
cuestión eran:
Lady Day el amor como una libélula
cazador de libélulas
Dejando de lado la belleza de la imagen, la evocación de
Lady Day lleva, por un lado, al título del libro, Strange fruit (Extraña fruta),
tomado de la canción de Billie Holiday, y, por otro, a la sentencia del
principio del poema:
Y la muerte
nadie la oía
pero hablaba muy cerca del micrófono
El mito del jazz se convertía en una metáfora supeditada al poema, y la
referencia se encargaba de mitificar a la voz del mismo. Era parecido al
procedimiento por el que en Arde el mar, se evocaban en el presente
momentos del pasado, que se hacían fuertes a partir de la puesta en
el poema de una referencia cultural.
La diferencia fundamental en el poema de Extraña fruta es el desencanto y el escepticismo, que surgen de dos instantes cruzados: el de la voz de Billie Holiday (el dolor, hermoso por otra parte, al oírla), y el que vive la voz poética. Lady Day sirve, en parte, de contraste con quien habla en el poema, que es casi paso fugaz, sonido, un instante que dura un segundo. Y el desencanto está sobre todo al final:
La diferencia fundamental en el poema de Extraña fruta es el desencanto y el escepticismo, que surgen de dos instantes cruzados: el de la voz de Billie Holiday (el dolor, hermoso por otra parte, al oírla), y el que vive la voz poética. Lady Day sirve, en parte, de contraste con quien habla en el poema, que es casi paso fugaz, sonido, un instante que dura un segundo. Y el desencanto está sobre todo al final:
Con dos vueltas de llave cerraron la cocina
No nos dan mermelada ni pastel de cereza
ni el amor ni la muerte extraña fruta que deja un sabor ácido.
***
Tras este libro vendría un gran silencio de Pere Gimferrer
en lengua castellana, pero la voz de Billie Holiday seguía sonando –como la muerte–
cerca del micrófono.
Música evocadora de versos, versos evocadores de vida. Instantes cifrados que me desglosan lo que más quiero.
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