Una fotografía bellísima. Ayer compartimos las mecedoras en el interior del palacio de cristal. Ni el bochorno logró detenernos. Fuera, en el lago, un señor ofrecía comida a las voraces tortugas ante la fascinada mirada de un buen número de improvisados espectadores.
Una fotografía bellísima. Ayer compartimos las mecedoras en el interior del palacio de cristal. Ni el bochorno logró detenernos. Fuera, en el lago, un señor ofrecía comida a las voraces tortugas ante la fascinada mirada de un buen número de improvisados espectadores.
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