La magnífica existencia de las bibliotecas

Invierno y una biblioteca de una villa pequeña. Tres personas aparte del bibliotecario y yo. Dos leen el periódico en la sección de prensa, y un chico ciego lee un texto en braille. Sería extraño que hubiese más gente.

Pongo los dos libros que he decidido sacar encima del mostrador y saco el carnet. Son Las Olas, de Virginia Woolf, y una antología de Sylvia Plath. El bibliotecario los coge, me mira y dice: "vaya lecturas que te gastas". Lo dice porque tengo diecisiete años. Diecisiete años metidos en un 1'58 de estatura y tapados con un abrigo largo. Diecisiete años de una chica que lleva coleta y flequillo, y la literatura escondida debajo. Le respondo, sencillamente, "el de Sylvia Plath estaba mal colocado, no es poesía española o hispanoamericana". Después de mirar en la parte trasera la biografía de Plath, me da la razón.

Me voy a mi casa con los libros. Como siempre, recurro a mi costumbre de ver cuándo ha sido la última vez que fueron sacados. En el caso del de Sylvia Plath era la primera vez que alguien lo sacaba, se trataba de un libro bastante nuevo. Por el contrario, Las Olas de Virginia Woolf, no había sido sacado desde 1991.

Me revienta que nos pongan la cultura en bandeja y no la aprovechemos. Virginia Woolf no es un best seller, pero la mayoría de los libros de la biblioteca pasan por esa situación de abandono por parte del lector, aún siendo mucho más comerciales. Me da lástima que olvidemos que se invierte en cultura. O peor aún, me da lástima que la gente olvide la propia cultura. Tal vez, si las bibliotecas estuviesen llenas de otras "cosas" (inserte aquí placeres propios del ciudadano de a pie de este siglo XXI), serían más frecuentadas. O no, quien sabe.

Afortunadamente, algunos aún creemos en la magnífica existencia de las bibliotecas, eternas encerradoras de cultura que la entregan a todos por igual, sin distinción de raza, posición económica o pensamiento, sin distinción de temas literarios o de vidas.