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miércoles, 26 de febrero de 2014

Varios caminos llevan a Nebraska

Los viajes que se emprenden buscándose a uno mismo llevan tanto a la peripecia como a la melancolía. Por eso las road movies son necesarias, porque nos hablan de deseos que buscan ser construidos sobre una travesía, sobre el irse como existencia.  Tienen esos caminos preparados sus desengaños, esperan a que el protagonista de la historia se acerque a ellos, sucumba a sus trampas y a su ironía trágica, pero también a sus premios.
El estreno de Nebraska (Alexander Payne, 2013) me lleva a pensar en otras road movies. A la que más me recuerda esta nueva película es a Una historia verdadera (David Lynch, 1999). Si Woody Grant va en busca de un premio que cree haber ganado, en Una historia verdadera será otro anciano, Alvin Straight, quien emprenda un viaje de Iowa a Wisconsin en una máquina cortacésped para ver a su hermano después de mucho tiempo. También pienso en Fresas salvajes (Ingmar Bergman, 1957), donde se miran los viejos caminos desde uno nuevo ya construido en la vejez del profesor Borg.
Sin embargo, del cine salgo tanto pensando en estas películas como en road movies que no salen del papel. El camino a Nebraska no es muy distinto del que emprenden Ulises, Lázaro de Tormes o don Quijote de la Mancha. La preocupación de la antigüedad clásica o de los Siglos de Oro no dista mucho de películas como esta que está ahora en cartelera.
Lázaro de Tormes responde a un personaje anónimo (a ese Vuestra merced del prólogo que tantas dudas genera en los críticos) sobre su estado de marido de la sirvienta del arcipreste de la iglesia de San Salvador de Toledo. Lo hace en una narración que, tal como vio Francisco Rico, es circular, se cierra sobre sí misma. Lázaro adulto traza un círculo desde Lazarillo, de pequeño a grande con sus siete amos y con sus cambios de nombre. Porque el nombre designa al individuo y de él nace el pícaro, la primera persona, la necesidad de contar el viaje. De ellos todos nace el Je pense que Descartes formularía varios años después de la obra anónima.
Por eso es relevante que el nombre cambie en las ficciones. A Lázaro, como a los  cervantinos don Quijote y el Licenciado Vidriera, le cambia el nombre. Don Quijote sale tres veces de su aldea y, al igual que se pasa de Lazarillo a Lázaro se pasa de Alonso Quesada o Quijada a don Quijote de la Mancha, a Caballero de la Triste Figura y a Pastor Quijótiz.
Al margen de la tradición hispánica del Siglo de Oro pienso en muchas otras novelas que son road movies: Luz de agosto de Wiliam Faulkner y Pedro Páramo de Juan Rulfo son dos de mis favoritas. Muchas road movies ha habido en la historia de la literatura. Tal vez  sea porque el viaje es necesario. Porque invita a existir primero y a veces la conciencia nada sabe de los molinos, ni de los muertos de Comala, ni de la maldad de los amos de Lázaro y la violencia de los personajes de Faulkner.

Así, como don Quijote sabe de la necesidad salir de la aldea en pos de su condición de caballero andante, Alvin Straight tiene la certeza de que llegará a Wisconsin en cortacésped, y Woody Grant sabe que Nebraska hay un premio que lleva su nombre. Conocerán después la peripecia y la melancolía, pero más pesará la primera.









2 comentarios:

  1. Para mí la primera película en que pensar es el Malas Tierras de Terence Malick (sí, el tío ese que consigue una belleza formal increíble pero que siempre deja a las películas diluirse al final: Malas Tierras, La Delgada Línea Roja, El Árbol de la Vida...). Como dice la canción Nebraska de Bruce Springsteen, que está basada en la película, "From the town of Lincoln Nebraska, With a sawed of .410 on my lap, Through to the badlands of Wyoming, I killed everything in my path".

    No sé cómo, pero acabo de llegar a tu blog. Está bien reencontrarse después de tiempo con tus escritos.

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