Los
viajes que se emprenden buscándose a uno mismo llevan tanto a la peripecia como
a la melancolía. Por eso las road
movies son necesarias, porque nos hablan de deseos que buscan ser
construidos sobre una travesía, sobre el irse como existencia. Tienen esos caminos preparados sus desengaños,
esperan a que el protagonista de la historia se acerque a ellos, sucumba a sus
trampas y a su ironía trágica, pero también a sus premios.
El
estreno de Nebraska (Alexander Payne,
2013) me lleva a pensar en otras road
movies. A la que más me recuerda esta nueva película es a Una historia verdadera (David Lynch,
1999). Si Woody Grant va en busca de un premio que cree haber ganado, en Una historia verdadera será otro anciano,
Alvin Straight, quien emprenda un viaje de Iowa a Wisconsin en una máquina
cortacésped para ver a su hermano después de mucho tiempo. También pienso en Fresas salvajes (Ingmar Bergman, 1957), donde
se miran los viejos caminos desde uno nuevo ya construido en la vejez del
profesor Borg.
Sin
embargo, del cine salgo tanto pensando en estas películas como en road movies que no salen del papel. El
camino a Nebraska no es muy distinto del que emprenden Ulises, Lázaro de Tormes
o don Quijote de la Mancha. La preocupación de la antigüedad clásica o de los
Siglos de Oro no dista mucho de películas como esta que está ahora en
cartelera.
Lázaro
de Tormes responde a un personaje anónimo (a ese Vuestra merced del prólogo que
tantas dudas genera en los críticos) sobre su estado de marido de la sirvienta
del arcipreste de la iglesia de San Salvador de Toledo. Lo hace en una
narración que, tal como vio Francisco Rico, es circular, se cierra sobre sí
misma. Lázaro adulto traza un círculo desde Lazarillo, de pequeño a grande con
sus siete amos y con sus cambios de nombre. Porque el nombre designa al
individuo y de él nace el pícaro, la primera persona, la necesidad de contar el
viaje. De ellos todos nace el Je pense
que Descartes formularía varios años después de la obra anónima.
Por
eso es relevante que el nombre cambie en las ficciones. A Lázaro, como a los cervantinos don Quijote y el Licenciado
Vidriera, le cambia el nombre. Don Quijote sale tres veces de su aldea y, al
igual que se pasa de Lazarillo a Lázaro se pasa de Alonso Quesada o Quijada a
don Quijote de la Mancha, a Caballero de la Triste Figura y a Pastor Quijótiz.
Al
margen de la tradición hispánica del Siglo de Oro pienso en muchas otras
novelas que son road movies: Luz de agosto de Wiliam Faulkner y Pedro Páramo de Juan Rulfo son dos de
mis favoritas. Muchas road movies ha
habido en la historia de la literatura. Tal vez sea porque el viaje es necesario. Porque
invita a existir primero y a veces la conciencia nada sabe de los molinos, ni
de los muertos de Comala, ni de la maldad de los amos de Lázaro y la violencia
de los personajes de Faulkner.
Así,
como don Quijote sabe de la necesidad salir de la aldea en pos de su condición
de caballero andante, Alvin Straight tiene la certeza de que llegará a
Wisconsin en cortacésped, y Woody Grant sabe que Nebraska hay un premio que
lleva su nombre. Conocerán después la peripecia y la
melancolía, pero más pesará la primera.
Para mí la primera película en que pensar es el Malas Tierras de Terence Malick (sí, el tío ese que consigue una belleza formal increíble pero que siempre deja a las películas diluirse al final: Malas Tierras, La Delgada Línea Roja, El Árbol de la Vida...). Como dice la canción Nebraska de Bruce Springsteen, que está basada en la película, "From the town of Lincoln Nebraska, With a sawed of .410 on my lap, Through to the badlands of Wyoming, I killed everything in my path".
ResponderEliminarNo sé cómo, pero acabo de llegar a tu blog. Está bien reencontrarse después de tiempo con tus escritos.
Fuckin' best friend always brings me good shit.
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