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jueves, 29 de agosto de 2013

Diario de una lectora (II): Atenas en ruinas vuelve en la maleta

Sobre Atenas de Juan Vicente Piqueras

(Una vez más: Graecia capta ferum victorem cepit et artis intulit in agresti Latio).

Cuando uno vuelve a su lugar de origen lee en el paisaje y en la herencia que el tiempo le ha dejado a nuestros antepasados, pero cuando se observa como extranjero una tierra en ruinas, estas pasan a formar para siempre parte de su maleta. Si en Aldea (Hiperión, 2006) Juan Vicente Piqueras exploraba ese regreso a casa, Atenas es ese viaje que marca y desgasta. 

El primer poema que leí de Juan Vicente Piqueras fue "Confesión del fugitivo" (recomiendo ver el vídeo en el que lo recita en el Festival Internacional de Poesía de Medellín)."Sólo soy feliz yéndome", decía. Hoy, Atenas dice: "¿Quién sabe adónde va cuando se va?". En ese no saber, en el desconocimiento del nómada, el viaje es tan solo esa búsqueda de"la odisea feroz de ser feliz":

Y si alguien te pregunta
si es que no te da pena o miedo o vértigo
dejar aquí colgadas
ocasiones y voces de los sauces,
diles que no, que la pena es quedarse
muriéndose de sed a orillas de una fuente.

Sin embargo, en esa odisea feroz no quedan al margen las observaciones del extranjero sobre el territorio.  La búsqueda interior del nómada acaba tiñéndose por el color de unas calles que ya no son lo que eran y de una historia converstida en ruinas:

Atenas ya no existe. En su lugar
hoy hay otra ciudad que lleva el mismo nombre
pero ya no es la misma.

Una ciudad que ya no huele a azahar
sino a ceniza, llena
de ancianos vencidos que piden limosna,
de niños que tocan un viejo acordeón
con una mano y con la otra piden
limosna, de borrachos
que piden limosna con un vaso de plástico
y parece que fueran a beberse
lo que les den, de dioses
enfermos, tullidos, que piden limosna,
de estatuas cansadas que piden limosna,
de gente que pide la pena que da.

Una ciudad fundada por los dioses,
castigada sin cielo por el único dios
que este siglo venera.

Atenas ya no existe. En su lugar
una ciudad donde la luz da lástima.

Cuando uno viaja, lo hace para llenar huecos vacíos, habitar maletas, aeropuertos, con la satisfacción de que en esa odisea está lo único que espera en la vida. Hoy, pocos días antes de realizar un viaje a un país que no es Atenas, pero que también está en crisis,  leo este poemario de Juan Vicente Piqueras y, otra vez, unas calles llenan la vida. A fin de cuentas, siempre volvemos a cruzar "dos veces cada día/ la calle Heráclito", como dice el autor:


Los mandarinos de Píndaro.
El tráfico de Hipócrates.
Los taxis en Teseo.
Las putas de Aristóteles.
La basura de Sófocles.
Las especias de Eurípedes.
Los gases lacrimógenos en Síntagma.

Y aunque sé que nadie puede
cruzar dos veces la misma calle,
yo cruzaba dos veces cada día
la calle Heráclito.

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