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viernes, 5 de julio de 2013

Diario de una lectora (I): Luz de julio sobre los versos de Eliot

Lo dije hace poco aquí: el verano y la enfermedad son el tiempo y el lugar para la narrativa. Por eso, porque llevo ya varios días sumergida en una novela, ya tenía ganas volver a mis lecturas favoritas de poesía. Con ese objetivo fui esta tarde a la librería Cervantes. Tras darle varias vueltas a la sección de poesía (y a los precios de los libros), me decidí por una relectura: Four Quartets de T. S. Eliot. Al final, la búsqueda de descubrimientos,  acabó siendo un redescubrimiento.

Leer es releer. Lo he dicho muchas veces en el desván. Hace tiempo me enfrenté a un viejo ejemplar de biblioteca de Four Quartets, y abrir hoy mi libro nuevo no puede dejar de evocarme aquella lectura, en un otoño que se siente ya lejano. Hoy, tras un té en buena compañía en el café Paraíso (lugar que les aconsejo visitar si van a Oviedo), cojo el autobús de vuelta a casa, enciendo el iPod, y abro el libro. Mientras escucho el último disco de Toundra, cabeza de cartel del Stonefest, festival que tiene lugar este fin de semana en Piedras Blancas (y cuya iniciativa celebro), comienzo a releerlo.

A la música se le une el último rayo de sol de una tarde de verano, que ilumina los versos de Eliot.  Me acuerdo entonces de eso que decía Deleuze de que uno no se enamora solo de una mujer, sino también del momento en el que el viento mece su falda, o del instante en el que pasea por una calle un día de sol. En este caso, desde el cristal, la luz de un atardecer de verano ilumina la página. Entonces, esos primeros versos («Time present and time past/ Are both perhaps present in time future») cobran otro significado que no tenían en una lectura anterior. El poema queda para siempre marcado por esta tarde de julio, la voz de Eliot se contagia de la voz de la vida, y cobra todo su sentido.



Pd. Es justo lo mismo que me invita a inaugurar una sección en el blog de la que hoy ofrezco la primera entrega: «Diario de una lectora». 

2 comentarios:

  1. Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
    a mí me enorgullecen las que he leído.
    No habré sido un filólogo,
    no habré inquirido las declinaciones, los modos, la laboriosa mutación de las letras,
    la de que se endurece en te,
    la equivalencia de la ge y de la ka,
    pero a lo largo de mis años he profesado
    la pasión del lenguaje.
    Mis noches están llenas de Virgilio;
    haber sabido y haber olvidado el latín
    es una posesión, porque el olvido
    es una de las formas de la memoria, su vago sótano,
    la otra cara secreta de la moneda.
    Cuando en mis ojos se borraron
    las vanas apariencias queridas,
    los rostros y la página,
    me di al estudio del lenguaje de hierro
    que usaron mis mayores para cantar
    espadas y soledades,
    y ahora, a través de siete siglos,
    desde la Última Thule,
    tu voz me llega, Snorri Sturluson.
    El joven, ante el libro, se impone una disciplina precisa
    y lo hace en pos de un conocimiento preciso;
    a mis años, toda empresa es una aventura
    que linda con la noche.
    No acabaré de descifrar las antiguas lenguas del Norte,
    no hundiré las manos ansiosas en el oro de Sigurd;
    la tarea que emprendo es ilimitada
    y ha de acompañarme hasta el fin,
    no menos misteriosa que el universo
    y que yo, el aprendiz.

    Borges dixit.

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    1. Borges es el mejor lector de la historia.

      Gracias por asomarte siempre por aquí, Juan Antonio.

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