La dignidad del discurso de los sueños

Cuando estoy muy ocupada durante mucho tiempo sin poder leer siento el primer día de libertad casi con miedo. Me acerco con tacto a los libros acumulados, pero a veces su superficie abrupta rompe cualquier delicadeza. Ocurre igual cuando uno quiere contar los sueños que ha tenido, siempre hay algo que impide contarlos con calma.

El sábado, tras salir a comprar el periódico, leí Babelia mientras desayunaba. A raíz de la publicación de La gran ventana de los sueños, la portada mostraba a ese hombre de rostro profundo que es Rodolfo Fogwill. El libro es un cuaderno de sueños, recogidos tal como vinieron del subconsciente. Sueños de cementerios,  sueños de presidentes muertos, sueños de hospitales, sueños de felicidad, sueños de la muerte misma. Lo que pudiera parecer fruto de la excentricidad, no es otra cosa que una necesidad imperiosa de conocerse. Escribir los sueños que tenemos y las pesadillas ha de ser un trabajo arduo, una lucha de introspección absoluta. Una lucha por sí mismo y contra sí mismo a la vez. Entonces el sueño aparece desnudo y pasa a la literatura.

No sé hasta qué punto escribir un sueño que se escribe tal cual nace en la mente puede ser considerado literatura. Sin embargo, en esa necesidad inicial de saber y escribir también está el discurso novelesco. Entonces, el diálogo de los sueños es el diálogo literario. La literatura dignifica el discurso de los sueños y por eso tienen el derecho a pertenecer a ella. Para poder hablar hay que leerse antes.


Disculpen la ausencia.