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sábado, 10 de noviembre de 2012

Zuckerman saliendo del escenario




Ayer en El País aparecía la noticia de que Philip Roth dejaba la escritura. Incluso retirarse es un acto de lucidez en el que ha sabido mantener la herencia de los grandes nombres de la literatura de su país.

Digo herencia porque Roth, que es uno de los escritores vivos más brillantes, conserva ese aura en peligro de extinción de Faulkner y de las grandes novelas del siglo pasado, cuando la literatura estaba menos cerca del mercado. La novela es en él el centro vital, la poética de la vida; la novela es la vida como una seudopoética, como conciencia del pasar, del morir. ¿Es entonces esa la conciencia que le lleva a dejar de publicar? ¿La aniquiladora presencia de la muerte, su propia profecía encerrada en su obra?

Sea como sea, Roth se ha ganado un merecidísimo puesto en el trono de las letras universales contemporáneas. A él le debemos la capacidad de no caer en los clichés ni en las convenciones, para con una voz propia denunciar la presencia de una sociedad aplastante. Por eso creo que Roth es el más europeo de los escritores norteamericanos: porque ha conseguido la objetividad para mirar su país desde arriba, pero no sin dejar de padecerlo. No sin dejar de hacer la crónica necesaria del dolor americano, del orgullo americano, del sueño del sueño americano.

Zuckerman, Roth, sabio estadounidense: gracias por la verdad. 



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